En la parábola del hijo pródigo estamos todos: el pródigo, el hijo
mayor, el padre. Lo que no puedo encontrar es la versión que dice que el
padre fue a revolcarse al lodo y a comer bellotas con los cerdos. Debe
estar en la Biblia latinoamericana.
Los que ahora tienen 70 años o más decidieron que a los que veníamos
después no nos pasarían el tesoro doctrinal que la Iglesia había
acumulado durante casi 2000 años. Decidieron borrar todo e inventar una
Iglesia nueva, todo acorde con el espíritu revolucionario imperante en
esos días. Ruptura y Año Cero. Estos viejos, que supieron ser unos
jóvenes mesiánicos llenos de soberbia, nos ocultaron deliberadamente
todo y nos metieron el perro. Una artefacto creado por ellos, con un
lenguaje extraño, una estética inventada en sus laboratorios, que ahora
resulta kitsch y rancia, de catequista parroquial. Una invención humana
que, como tal, se gastó. Y el resultado está a la vista en este fracaso
estrepitoso, que solo se mantiene por crudo poder y persecusión
farisaica. Pero no prevalecieron: la Iglesia de siempre permaneció en
algunas catacumbas y está floreciente y juvenil, redescubriendo la
tradición en una sana rebeldía. Estos viejos y sus inventos pasarán. La
Iglesia seguirá su curso.