domingo, 22 de septiembre de 2013

En la parábola del hijo pródigo estamos todos: el pródigo, el hijo mayor, el padre. Lo que no puedo encontrar es la versión que dice que el padre fue a revolcarse al lodo y a comer bellotas con los cerdos. Debe estar en la Biblia latinoamericana.


Los que ahora tienen 70 años o más decidieron que a los que veníamos después no nos pasarían el tesoro doctrinal que la Iglesia había acumulado durante casi 2000 años. Decidieron borrar todo e inventar una Iglesia nueva, todo acorde con el espíritu revolucionario imperante en esos días. Ruptura y Año Cero. Estos viejos, que supieron ser unos jóvenes mesiánicos llenos de soberbia, nos ocultaron deliberadamente todo y nos metieron el perro. Una artefacto creado por ellos, con un lenguaje extraño, una estética inventada en sus laboratorios, que ahora resulta kitsch y rancia, de catequista parroquial. Una invención humana que, como tal, se gastó. Y el resultado está a la vista en este fracaso estrepitoso, que solo se mantiene por crudo poder y persecusión farisaica. Pero no prevalecieron: la Iglesia de siempre permaneció en algunas catacumbas y está floreciente y juvenil, redescubriendo la tradición en una sana rebeldía. Estos viejos y sus inventos pasarán. La Iglesia seguirá su curso.

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